sábado, 13 de agosto de 2011

En las ciudades


no somos Julia Roberts

Melilla Hoy
Domingo, 14 de Agosto de 2011, Hilario J. Rodríguez.



Hay veces que alguien tiene que llevar la voz cantante y en nuestro grupo ese papel no siempre recae en la misma persona. Ayer, sin ir más lejos, cuando visitamos la zona de las chabolas del Cerro quien tomó la iniciativa fue Isaac. Que por qué, pues porque Isaac tiene una inocencia que a los demás nos falta (con excepción quizás de Cayetano). Yo a Isaac lo imagino conociendo a una desconocida en una fiesta, con quien conversa e intime, pero a quien tiene que despedir antes de que se acabe la diversión.

−Lo siento pero mañana viajo –lo imagino diciéndole a la desconocida− y no podremos vernos en un tiempo, ¿qué tal si quedamos el próximo mes, a la misma hora?

También imagino que ella estaría de acuerdo en encontrarse con él y que esperaría que el mes pasase rápido. Sin embargo, Isaac no volvería a dar señales de vida en mucho tiempo y ella, al cabo de los meses, ya casi ni se acordaría de él, lo que haría más imprevista y sorprendente una llamada suya, un años y medio más tarde, excusándose por el retraso y proponiéndole a la desconocida que se encontrasen al día siguiente en algún bar o restaurante que ambos conociesen. Por supuesto, ella accedería, pensando que él es de esas personas que sabe cómo hablar.

Bueno, yo también puedo constatar, aquí y ahora, que Isaac sabe cómo hablar y me lo demostró ayer cuando los dos fuimos a ver a los subsaharianos que viven cerca de CETI por voluntad propia, porque prefieren estar a sus anchas antes que seguir horarios y normas. Me lo demostró porque, lejos de plantear las preguntas de rigor, por lo que se interesó Isaac fue por los largos trayectos que habían atravesado aquellos muchachos hasta llegar a Melilla. Le gusta escuchar nombres de ciudades y países lejanos, le ayudan a soñar, y él es ante todo un soñador.


Fue así como supimos que Malin, un senegalés de apenas veinte años, llevaba toda su vida queriendo venir a Europa para conocer a una mujer tan guapa como Julia Roberts, debe de creer que aquí todas las chicas se le parecen o sea que ya podéis prepararos, melillensas, porque Malin tiene una mirada de esas que podrían derretir los cubitos de hielo de vuestros gintonics. Para él, la vida consiste en encontrar una mujer perfecta y luego pasar con ella los mejores años de nuestras vidas.

−Ni siquiera creo que sea necesario tener mucho dinero para conseguirlo, sólo hace falta que te quieran mucho. Ojalá lo consiga porque soy muy trabajador y porque tengo buenos músculos aunque ahora apenas los ejercite, en cuanto me vaya de aquí y encuentre un buen trabajo.

Al lado de Malin estaba Undor, un pieza de cuidado, un muchacho que no sabía cómo se lía un cigarro pero sabía a la perfección cómo birlarle la novia a su propio primo. De hecho, Undor nunca se habría venido a Melilla si no fuese porque su primo intentó matarlo cuando se enteró de que había desflorado a su novia. Isaac, más que interesarse por su viaje hasta llegar aquí, le preguntó qué le había pasado a la novia de su primo, a lo cual Undor no quiso responder.

Las historias que encontramos en las chabolas del Cerro no son historias que uno encontraría en las grandes novelas de la cultura occidental, pero son historias que bien merecen abrirse un hueco en nuestra biblioteca, aunque sea en las que tenemos en nuestras cabezas.

Ryszard Kapuściński, fallecido hace unos años, explicaba en su libro Ébano que mientras los occidentales avanzamos gracias a nuestra capacidad para hacer crítica y sobre todo autocrítica, los africanos son diferentes, para ellos cualquier crítica es siempre un signo de discriminación y de racismo, porque arrastran en su interior un montón de complejos, odios, envidias y rencores. En Un día más con vida, el escritor polaco nos recordaba que, poco después de la independencia de Angola, en Luanda ya no quedaba ningún occidental salvo él, porque las facciones que pugnaban por el poder estaban a punto de entrar en la ciudad. Para matar el rato, entró en una librería que estaba vacía y en su interior, al ver silenciosas y cubiertas por el polvo las obras maestras de Balzac, Cervantes o Bocaccio, pensó en la modestia y en la humildad que todo Occidente sentiría si en aquel momento estuviese allí, contemplando de qué servían sus muchos siglos de esplendor cultural y su profundo sentido de la autocrítica.

mundito

Takes III










En las ciudades

El Faro de Melilla
Viernes, 12 de Agosto de 2011. Hilario J. Rodriguez.

EN NUEVA YORK, EN APENAS TRES MANZANAS PUEDES HACER UN VIAJE ALUCINANTE, DE LA OPULENCIA A LA POBREZA. TAMBIÉN EN MELILLA.

Antes de llegar a la carretera de Farhana, es difícil prever lo que vas a encontrarte. Primero pasas al lado de bloques de tres o cuatro pisos que imitan a los grandes edificios del centro de la ciudad, con un estilo más ecléctico que personal, y de pronto te encuentras en un gran descampado que te invita a bifurcarte. Por un lado tienes la posibilidad de ir al barrio de chabolas del Cerro y por otra puedes elegir entre el CETI o el campo de golf, o sea que depende de quién seas para que tomes un rumbo u otro. Como nosotros, en realidad, no somos nada en particular, decidimos que íbamos a ir a todas partes. Y nuestra primera parada fue en el barrio de chabolas del Cerro. Allí nadie salió para recibirnos con los brazos abiertos, pero tampoco nos sentimos especialmente intimidados mientras caminábamos entre sus calles, o lo que fuese. Desde luego, nos dimos cuenta enseguida de que aquello no era ni Times Square ni la Gran Vía de Madrid, pero tampoco una de esas barriadas como el Bronx o Brixton, donde si no eres hispano o negro puedes ir rezando un padrenuestro. Había suciedad por todas partes, sobre todo latas de cerveza y un montón de bolsas de plástico, como si el servicio de recogida de basuras no hubiese pasado por allí en meses, aunque también como si quienes vivían en aquel lugar fueran unos guarretes de mucho cuidado.

 
Charing Cross Road

Rue des Cascades

Burgenstrasse

Después de preguntar a unos cuantos subsaharianos si podíamos hablar con ellos, uno nos condujo a una especie de saloncito donde cuatro muchachos descansaban echadotes sobre viejos sofás que seguramente habían encontrado en algún vertedero. Al vernos, ni siquiera se inmutaron, sólo uno se mostró interesado en nuestras cámaras y en la cantidad que podía sacarnos si hacía un par declaraciones a cámara. Cuando le explicamos que ni éramos millonarios, ni estábamos dispuestos a pagar por la declaración de nadie, perdió interés en nosotros y nosotros en él, por muy jefecillo que fuese de los otros tres. Los otros tres, sin embargo, nos contaron sin problema cómo habían llegado a Melilla desde sus lejanos países. Uno había tardado dos años y medio, el segundo había conseguido saltar la valla de Melilla a costa de varios cortes profundos en sus manos y en sus labios, y el tercero nos dijo que ya casi no recordaba el nombre de algunos miembros de su familia, cómo iba a acordarse de las ciudades y pueblos que había atravesado desde la lejana Somalia.



La información que tenemos en la Península sobre chicos como los anteriores siempre es un tanto confusa. Nos cuentan, por lo general en los periódicos, en los informativos de televisión y en los blogs más comprometidos, que el CETI (el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) tiene normas inhumanas para los subsaharianos que se alojan allí. Por si fuera poco, nadie puede acercarse a sus inmediaciones sin encontrarse con la policía o el ejército, corriendo además un enorme riesgo, de que le intervengan sus cámaras, de que se las roben, de que le golpeen… En fin. Gracias a Dios, nosotros somos tan temerarios como para poner en duda ese tipo de cosas, y nos acercamos a la puerta de entrada del CETI para ver qué se cocía. Al ver que no nos pasaba nada, hablamos con algunos miembros del servicio de vigilancia, que ni nos pidieron la documentación ni nos dijeron nada al ver que rodábamos, fuera –eso sí- del perímetro a partir de donde uno entra en la zona de seguridad. Intentamos que nos explicasen un par de cosas, a lo que no se negaron aunque quizás nos las explicaron a su manera. Lo que sí pudimos constatar es que en el CETI el tránsito de dentro afuera y de fuera adentro era bastante fluido, bastaba con que los subsaharianos tuviesen una tarjeta para hacerlo. Vimos, incluso, a uno de los muchachos con los que poco antes habíamos hablado en las chabolas del Cerro entrar con cinco bidones de agua vacíos, para repostar y regresar después a la comodidad de sus viejos sofás.

Sin ánimo de parecer que tenemos la última palabra en nada concerniente a Melilla, lo que constatamos hoy es que muchos de los peligros que uno corre en esta ciudad son más imaginarios que reales, y que muchas denuncias por maltrato o trato vejatorio quizás habría que revisarlas, no vaya a ser que algunos subsaharianos prefieran vivir en las chabolas, sin reglas, tal como nos gusta a nosotros mismos movernos por el mundo.