miscelánea

Hoteles de armas tomar
Luis Argeo

Si Manu Leguineche apareciera por el Parador Don Pedro, si recorriera todo el pasillo hacia nuestras habitaciones de la planta cuarta, no creo que tardara mucho en alcanzar ciertos recuerdos de juventud y delirio periodístico de máxima tensión antes de caer en sueños que seguramente le transportarían a otras habitaciones de hotel en Vietnam, El Salvador o Nicaragua… Pero esto no es Vietnam, Manu, esto es Melilla, aunque nuestras dos habitaciones en ocasiones hierven como lo hacían las vuestras en guerras de verdad.
¿Y por qué no vamos a darle un aire de hotel de guerra al Parador? Desde el primer día, los cinco nos apretujamos en dos habitaciones dobles, 407 y 406 con cama supletoria, nevera llena de tentempiés. Era la primera vez que convivíamos tan juntos,  intercambiando cigarrillos y cervezas, ideas y palabras, papel higiénico y champú, fotografías y cánticos de hipnóticos muecines en mitad del Ramadán. Entramos y salimos tanto de una habitación a otra que no tardamos en encontrar una mejor utilidad para las revistas del Digital Plus: pilladas entre las puertas, impedirían su cierre total y las molestias de abrir o pedir llave. Desde nuestras habitaciones veíamos la piscina del hotel, y a un joven y simpático socorrista dedicando sus vacaciones a leer novelas bajo la sombrilla –porque salvar, lo que se dice salvar vidas, creo que no va a conseguirlo. Además, todos estamos condenados a ahogarnos, de uno u otro modo-. Cuando el calor apretaba, bajábamos al nivel mínimo el aire acondicionado de una de las dos habitaciones, así no perdíamos del todo la referencia infernal de las calles melillenses. El paraíso y el infierno también pueden presentarse de noche, sin aviso, en una habitación de hotel. Cuando ordenadores y cámaras de vídeo se atascaban en su trabajo, qué mejor que refrescar nuestro talento superando nuestras marcas en esa piscina, buceándola de lado a lado sin coger aire a mitad de recorrido. Jesús, socorrista, apenas levantaba un ojo de su libro del día.
Nunca hemos querido ser reporteros, y menos de guerra. Ya hay suficientes de los primeros, y demasiadas de las segundas. Nosotros asaltamos a la gente de forma pacífica, aunque en ocasiones la intimidación de una cámara genere o distorsione momentos tensos. ¿Foto? Ni hablar. ¿Me estás grabando? ¿No me estarás grabando?
Un hotel es un refugio, una cueva para guarecerse de todo lo desconocido que flota ahí fuera, sea humedad, ruido y polvo, calor, desorientación. Javi habla de su habitación como de casa: “me voy a casa”, dice, y el resto lo entendemos porque en el Parador todos dormimos por las noches como en casa, poco, mal, pero dormimos.



Somos clientes, huéspedes, turistas, espías. Desde la ventana del final del pasillo, 4º piso, vimos a diario las casas escalonadas de la colina, la piedra vieja de la ciudadela, y a dos chicas haciéndose fotos y jugando a ser modelos sobre la Alcazaba aprovechando un bello atardecer. Bendita habitación. La llamada a la oración se mezcló de forma mágica con la prueba de sonido de una banda de jazz que actuaría en público para toda la ciudad vieja, y nosotros lo pudimos grabar desde la terraza de nuestra guarida, antes de salir. Esa atmósfera sí ayuda a recordar momentos álgidos de un viaje. Pero hubo más: los chicos jugando al fútbol en una pista de asfalto y medidas muy lejanas a las reglamentarias. Nosotros nos asomamos a verlos varias tardes, en pleno break, cerveza en mano, incluso dejando a los grandes Madrid y Barça que se apañaran ellos solos. Y la boda. No podía faltar una boda de verano. El Parador sirviendo el cóctel a invitados, familiares y esposados, y los huéspedes queriendo saber, quién, cómo, qué va a pasar con esos novios…
Un hotel, y el Parador de Melilla lo es, comienza a dejar un poso en tu viaje cuando empiezas a identificar a sus empleados. ¿Le importaría hacerme ahora la habitación, Juani? Así luego escribo de un tirón. ¿Pablo, podrías darme una copia de la llave? Se me ha olvidado dentro de la habitación. ¿Podría traerme una taza más? Finalmente vamos a desayunar los cuatro en esta mesa. La cortesía de Melilla se mide en las calles, pero los empleados de un hotel también habitan esas calles. Si redujéramos nuestra visión de Melilla a cuanto se percibe desde las terrazas y balcones del Parador, dudaríamos al creer que ha sido una ciudad de armas tomar. ¿Quién nos puede negar que los Reverte, Leguineche, Rojo, Márquez no han malinterpretado una contienda por culpa de una mala habitación?


Mar chica

"Elle est retrouvée-quoi?-L'Eternité C'est la mer allée avec le soleil" A. Rimbaud



 "Todavía me acuerdo de cuando no existía la valla. Podiamos ir nadando hasta Marruecos" Nos cuenta un lugareño. Hoy sin embargo no hemos podido ni cruzar la frontera. Queda la posibilidad de que Melilla, con el paso del tiempo, se haya convertido en una isla.








MY SHIP


Este fragmento hay que leerlo con la voz de Cassandra Wilson en mente:
“My ship has sails that are made of silk
The decks are trimmed with gold
And of jam and spice
There's a paradise in the hold
 But the pearls and such
They don't mean much
If there's missing just one thing…”
Siempre falta algo, un golpe de viento, un vaso de agua, una sonrisa…









¿How can I make you smile mate?






Jaque mate

Melilla Hoy 
Sábado, 13 de Agosto de 2011, Hilario J. Rodríguez. 


Ayer nuestro compañero Isaac Begoña participó en el torneo de ajedrez que acaba de organizar la Federación Melillense aprovechando el Ramadán. La cosa no pintaba bien porque él no es de esas personas perseverantes y llevaba mucho tiempo alejado de los tableros, pero aun así ganó. La partida era a cinco minutos, de modo que las jugadas fueron vertiginosas, sobre todo durante el último minuto. Tanto él como su contrincante parecían jugadores de Fórmula Uno conduciendo peligrosamente por una carretera llena de curvas. Menos mal que al final nadie salió lastimado.




Nos conmovió de forma especial una frase que Isaac dijo cuando su contrincante le estrechaba la mano, mientras le preguntaba por qué no se dedicaba con ahínco al ajedrez y aspiraba a más, porque talento no le falta, a lo que Isaac le contestó: «Yo ni siquiera aspiro a ser verdadero, me conformo con ser auténtico». También nosotros.


El proyecto conocer Melilla comienza hoy
Jueves, 11 de Agosto de 2011 11:32 , Dori Nuñez

Hilario J. Rodríguez, Cayetano Vela, Isaac Begoña, Javier Díez y Luis Argeo llegaron ayer en la noche a Melilla con el objetivo de conocer de cerca Melilla.

Entre sus manos está el blog de Internet,  http://melillamelilla.blogstpot.com, donde colgarán todo el material que este equipo multidisciplinar va a ir recopilando en los diez días de entrevistas y visitas gastronómicas que comenzaron el barco de Almería de ayer.  Un escritor, un joven mago, un documentalista, un artista sonoro y un ajedrecista llegado de Chicago emprenden juntos “este viaje por el mero placer de pasar unas vacaciones activas en un lugar tan exótico como cercano y asequible”, tal y como comentaron.





Cinco personas que unen sus fuerzas para perseguir un objetivo común, es decir, Melilla, pero no la Melilla de las tres, cuatro o cinco culturas, tampoco la del narcotráfico o la de la inmigración, sino la ciudad que a diario se despierta y luego se va a dormir, la que no se parece a ninguna otra y, sin embargo, es igual a las demás.
Programa festivalero-laboral, hoja de ruta, agenda, plan guía...


DÍA 10 DE AGOSTO (MIÉRCOLES)
LO VAMOS A BAUTIZAR COMO “VIAJAR, PERDER CIUDADES”

DÍA 11 DE AGOSTO (JUEVES)
LO VAMOS A BAUTIZAR COMO “LA MUERTE”
 
DÍA 12 DE AGOSTO (VIERNES)
LO LLAMAREMOS “EN LAS CIUDADES”

DÍA 13 DE AGOSTO (SÁBADO)
LO LLAMAREMOS “LOS OTROS”

DÍA 14 DE AGOSTO (DOMINGO)
A ESE DÍA LE PONDREMOS EL NOMBRE DE “MAR CHICA”

DÍA 15 DE AGOSTO (LUNES)
A ESE DÍA LO DENOMINAREMOS “FRONTERAS”

DÍA 16 DE AGOSTO (MARTES)
LO LLAMAREMOS “SANGRE”

DÍA 17 DE AGOSTO (MIÉRCOLES)
A ESE DÍA LO NOMBRAREMOS “DETECTIVE”

DÍA 18 DE AGOSTO (JUEVES)
A ESE DÍA LO LLAMAREMOS “VOLVER”

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El diario Melilla Hoy también nos cede una página de su cultura. No sabemos si su web tiene acceso directo, ni hemeroteca. Fue el día 6, aquí
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El Faro de Melilla ya pone luz sobre nuestro viaje. Si quieres comprobarlo, pincha aquí
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¿Por qué viajamos?

Hace años vivíamos en pequeñas ciudades de provincia sin darnos demasiada cuenta de que el nuestro era un mundo diminuto, un mundito donde apenas sucedía nada y los días nacían con aspecto cansado, moribundos. Nuestros padres esperaban con impaciencia el periódico, para propagar después las noticias de cuanto acontecía en otros lugares más significativos e importantes. Fue así como nos acostumbramos a esperar comiéndonos las uñas hasta que ellos terminaban sus lecturas, momento en el cual se abría ante nosotros, como por arte de magia, una realidad a menudo incomprensible y contradictoria pero siempre más estimulante de la que podíamos encontrar al salir a la calle. Es posible que aquella extraña alquimia de convertir la lectura en una espectacular fuente de noticias acabara transformándonos a todos en lectores ansiosos, difícil precisión, el caso es que casi todos comenzamos a leer porque creímos que entre líneas encontraríamos una vida más satisfactoria, más verdadera. Y la verdad no era siempre agradable. Si nosotros experimentábamos una paz perpetua, ociosa, en otras partes las guerras y los ciclones borraban del mapa ciudades y ciudadanos, en un proceso de muerte y resurrección continuas. Nos sorprendían tantísimas energías. Como éramos jóvenes e irreflexivos, decidimos que cualquier cosa –guerras y ciclones incluidos- era mejor que nuestro mundito estático y ordenado donde el movimiento más leve hacía que las fotos salieran borrosas.

Leímos y leímos dando por supuesto que la vida nos iba en ello. Al final, claro, los libros únicamente consiguieron que nos diésemos cuenta de la tremenda distancia que nos separaba de todo, de lo importante. De esa manera convertimos la esperanza en aflicción, al comprender que quizás nunca llegaríamos a escapar de nuestra rutinaria forma de vivir, de nuestra cómoda y prematuramente difunta manera de entender las cosas. Opusimos resistencia y algunos de nosotros conseguimos alcanzar la otra orilla, llegar al meollo de la cuestión, allí donde sucedían los acontecimientos de esa vida que a nosotros antes se nos escapaba. Después de muchos años intentándonos ajustar al nuevo contexto, a vivir en grandes urbes mientras olvidábamos los nombres de los pájaros y los de los árboles del mundito de donde veníamos, comenzamos a descubrir en nuestras anteriores limitaciones el único rasgo auténtico de nuestra personalidad. Lo malo es que para entonces el regreso ya resultaba imposible. Habían muerto nuestros padres, las cartas se apretujaban en el buzón y el polvo cubría los pocos muebles que no había devorado la carcoma.

Ahora apenas hablamos, avergonzados por la sensación de haber perdido lo pasado y lo presente. Sólo nos queda una leve nostalgia, una nostalgia divertida y adolescente, que dirigimos hacia Melilla, por si acaso en sus calles o en las voces de sus habitantes podemos descubrir un futuro, da igual lo pequeño o lo grande que pueda ser, da igual lo temporal o lo permanente que pueda ser. Queremos volver, volver a recuperar el deseo de que el fin de semana no se acabe nunca. ¿Lo encontraremos en Melilla?


cedida