sábado, 13 de agosto de 2011

En las ciudades

El Faro de Melilla
Viernes, 12 de Agosto de 2011. Hilario J. Rodriguez.

EN NUEVA YORK, EN APENAS TRES MANZANAS PUEDES HACER UN VIAJE ALUCINANTE, DE LA OPULENCIA A LA POBREZA. TAMBIÉN EN MELILLA.

Antes de llegar a la carretera de Farhana, es difícil prever lo que vas a encontrarte. Primero pasas al lado de bloques de tres o cuatro pisos que imitan a los grandes edificios del centro de la ciudad, con un estilo más ecléctico que personal, y de pronto te encuentras en un gran descampado que te invita a bifurcarte. Por un lado tienes la posibilidad de ir al barrio de chabolas del Cerro y por otra puedes elegir entre el CETI o el campo de golf, o sea que depende de quién seas para que tomes un rumbo u otro. Como nosotros, en realidad, no somos nada en particular, decidimos que íbamos a ir a todas partes. Y nuestra primera parada fue en el barrio de chabolas del Cerro. Allí nadie salió para recibirnos con los brazos abiertos, pero tampoco nos sentimos especialmente intimidados mientras caminábamos entre sus calles, o lo que fuese. Desde luego, nos dimos cuenta enseguida de que aquello no era ni Times Square ni la Gran Vía de Madrid, pero tampoco una de esas barriadas como el Bronx o Brixton, donde si no eres hispano o negro puedes ir rezando un padrenuestro. Había suciedad por todas partes, sobre todo latas de cerveza y un montón de bolsas de plástico, como si el servicio de recogida de basuras no hubiese pasado por allí en meses, aunque también como si quienes vivían en aquel lugar fueran unos guarretes de mucho cuidado.

 
Charing Cross Road

Rue des Cascades

Burgenstrasse

Después de preguntar a unos cuantos subsaharianos si podíamos hablar con ellos, uno nos condujo a una especie de saloncito donde cuatro muchachos descansaban echadotes sobre viejos sofás que seguramente habían encontrado en algún vertedero. Al vernos, ni siquiera se inmutaron, sólo uno se mostró interesado en nuestras cámaras y en la cantidad que podía sacarnos si hacía un par declaraciones a cámara. Cuando le explicamos que ni éramos millonarios, ni estábamos dispuestos a pagar por la declaración de nadie, perdió interés en nosotros y nosotros en él, por muy jefecillo que fuese de los otros tres. Los otros tres, sin embargo, nos contaron sin problema cómo habían llegado a Melilla desde sus lejanos países. Uno había tardado dos años y medio, el segundo había conseguido saltar la valla de Melilla a costa de varios cortes profundos en sus manos y en sus labios, y el tercero nos dijo que ya casi no recordaba el nombre de algunos miembros de su familia, cómo iba a acordarse de las ciudades y pueblos que había atravesado desde la lejana Somalia.



La información que tenemos en la Península sobre chicos como los anteriores siempre es un tanto confusa. Nos cuentan, por lo general en los periódicos, en los informativos de televisión y en los blogs más comprometidos, que el CETI (el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) tiene normas inhumanas para los subsaharianos que se alojan allí. Por si fuera poco, nadie puede acercarse a sus inmediaciones sin encontrarse con la policía o el ejército, corriendo además un enorme riesgo, de que le intervengan sus cámaras, de que se las roben, de que le golpeen… En fin. Gracias a Dios, nosotros somos tan temerarios como para poner en duda ese tipo de cosas, y nos acercamos a la puerta de entrada del CETI para ver qué se cocía. Al ver que no nos pasaba nada, hablamos con algunos miembros del servicio de vigilancia, que ni nos pidieron la documentación ni nos dijeron nada al ver que rodábamos, fuera –eso sí- del perímetro a partir de donde uno entra en la zona de seguridad. Intentamos que nos explicasen un par de cosas, a lo que no se negaron aunque quizás nos las explicaron a su manera. Lo que sí pudimos constatar es que en el CETI el tránsito de dentro afuera y de fuera adentro era bastante fluido, bastaba con que los subsaharianos tuviesen una tarjeta para hacerlo. Vimos, incluso, a uno de los muchachos con los que poco antes habíamos hablado en las chabolas del Cerro entrar con cinco bidones de agua vacíos, para repostar y regresar después a la comodidad de sus viejos sofás.

Sin ánimo de parecer que tenemos la última palabra en nada concerniente a Melilla, lo que constatamos hoy es que muchos de los peligros que uno corre en esta ciudad son más imaginarios que reales, y que muchas denuncias por maltrato o trato vejatorio quizás habría que revisarlas, no vaya a ser que algunos subsaharianos prefieran vivir en las chabolas, sin reglas, tal como nos gusta a nosotros mismos movernos por el mundo.