El Faro de Melilla
Viernes, 12 de Agosto de 2011. Hilario J. Rodriguez.
LA HISTORIA DE UNA CIUDAD SUELE ESTAR ESCRITA EN SUS CEMENTERIOS, ENTRE NOMBRES Y EPITAFIOS, ADIOSES Y TE RECORDAREMOS SIEMPRES. MELILLA NO ES LA EXCEPCIÓN. EN LAS TUMBAS DE SUS TRES CEMENTERIOS (EL CRISTIANO, EL HEBREO Y EL MUSULMÁN) PUEDE SEGUIRSE EL HILO DE LA HISTORIA CULTURAL Y SOCIAL DE MELILLA, CON SUS ZONAS DE LUZ Y SUS ZONAS OSCURAS.
Una de las primeras cosas que nos preguntamos antes de venir a Melilla, es cómo eran sus cementerios. Antes de conocer a los vivos, nos parece importante interesarnos por los muertos, quizás porque antes de conocer el presente de una ciudad nos apetece dar una vuelta por su pasado. Sabíamos, por ejemplo, que habría algún panteón de estilo modernista; también que algunos paseos estarían flanqueados por cipreses y que los nichos más antiguos, en contra de lo que se podría creer a priori, no eran del siglo XIX sino del XX, del momento en que el Ayuntamiento se planteó los primeros problemas de espacio sin pretender hacer ampliaciones en horizontal y comenzó, hacia 1920, a pensar en vertical. Pero ni yo ni mis compañeros, durante los preparativos de este viaje, reparamos en ciertos imprevistos, como el hecho de que para entrar en el cementerio hebreo tuviésemos que pedir permiso a través del Diputado de Medio Ambiente, José Ángel Calahuí, o que para entrar en el cementerio musulmán tuviésemos que ir allí directamente porque nadie nos cogía el teléfono cuando intentábamos contactar con sus encargados desde España.
El modernismo se mezcló enseguida con el barroco, el neoclásico y algunas construcciones racionalistas. Las tumbas en tierra se sucedían y de pronto se transformaban en enormes lápidas; los espacios abigarrados se continuaban con lugares más diáfanos; el pavimento desembocaba en grava; el gris de la piedra estaba cubierto por el polvo o por las hojas secas de los árboles cercanos, pinos y eucaliptos; amplios paseos, diminutos parterres, cruces rotas, Cristos boca abajo, herrumbre, familiares que renuevan un ramo o reponen una figurilla robada, visitantes, nosotros.
«Encontrar lo que no se busca: eso es lo que le ocurre a uno en los cementerios», asegura Cees Nooteboom. ¿Por qué no «encontrar el lugar de los vivos en el mundo de los muertos», en palabras de W. G. Sebald?
Fueron los franceses, durante la Ilustración, quienes tuvieron la idea de enterrar a los muertos en las afueras de las ciudades. A finales del siglo XIX, los melillenses ya pensaban en esa posibilidad, quizás porque su historia, en los últimos cinco siglos, es una historia absurda pero heroica al mismo tiempo. Cuando por fin se decidieron, la ciudad sufría las consecuencias de defensas numantinas en las que las víctimas habían acabado en fosas comunes, sin nombres, sin fechas, a veces sin cartografiar para que nadie las encuentre jamás. La inauguración del Cementerio de la Purísima Concepción en 1892, hizo que de muy pronto apareciesen las flores y las cruces extendiéndose por todas partes, como si se tratase de un truco de nuestro amigo el mago Cayetano Vela. Ciudadanos ilustres, prohombres, políticos, clérigos, tenderos, albañiles... Ante todo militares, soldados, oficiales, suboficiales y también el pueblo. Al principio se distinguían las zonas, para no mezclar clases sociales, rangos, años de nacimiento, procedencia; poco después esa lógica dejó de existir.
Como la de cualquier cementerio, la historia del cementerio cristiano no sigue un cauce lineal, más bien sigue el cauce de un río lleno de meandros. De ser así, podría considerarse un cementerio acuático, similar al de la isla de San Michelle en Venecia. Su extensión hoy en día es bastante mayor a la que tenía en sus inicios. Mariano, el encargado, aseguraba que aún había espacio suficiente para los próximos 25 años, o sea que los melillense pueden seguir muriéndose en paz, al menos por ahora.
En los cementerios hebreo y musulmán, los datos fueron más imprecisos, quizás porque en el hebreo nos encontramos con cierto pudor por parte de sus encargados, y en el musulmán con el hecho de que el verdadero cementerio musulmán, el de Sidi Ouriech, de hace varios cientos de años, está en territorio marroquí desde 1953 y que el nuevo todavía es demasiado reciente y los muertos allí son tan recientes que todavía no parecen realmente muertos porque sus familiares los visitan casi a diario, para limpiar las tumbas y para regar las plantas que crecen sobre los cadáveres.